¿Quieres leerlo con música de fondo?
El maestro reunió a sus dos alumnos Alef y Bet en el valle y les pidió que cavaran un pozo para extraer agua: «Aplicad ahora la técnica que os he enseñado. Tenéis tres palas cada uno, usad la que queráis. Sólo una os dará el mejor resultado. El que antes consiga sacar agua obtendrá la mayor calificación». Aquellas palabras resonaron en las mentes de los dos discípulos. Sabían que debían prestar atención a las señales del anciano. «Sólo una os dará el mejor resultado».
Las tres palas tenían la lámina de metal redondeada y terminada en punta, lo cual las hacía idóneas para clavarlas en el suelo apoyando el pie en el borde plano, para luego recoger la tierra, tal y como el maestro les había enseñado.
Los mangos eran todos de madera.
Una de ellas tenía la plancha más pequeña y el mango más delgado, sin ninguna ornamentación. La empuñadura era toda de madera. Era la más ligera de las tres.
Otra tenía la lámina un poco más grande y el mango, ligeramente más grueso, lucía grabado el dibujo de un toro. La empuñadura tenía una parte de metal y otra de madera.
La tercera era la más grande. En el grueso mango tenía incrustada una figura de marfil en forma de elefante. El asa era completamente de acero. Sin duda se trataba de la más pesada. Y también de la más bonita.
Alef dudó por un instante que pala escoger antes de iniciar la excavación. Sopesó las tres herramientas y se decidió por la más ligera. «Sólo una os dará el mejor resultado». Se preguntaba si había elegido bien. Al poco rato, pensó que tal vez debería haber tomado la herramienta más grande para poder sacar un mayor volumen de tierra en cada palada. Pero no se detuvo y continuó cavando. Estaba concentrado y llevaba un buen ritmo aplicando la cadencia que el viejo maestro les había enseñado: «Hincar, recoger y vaciar. Hincar, recoger y vaciar…».
En el otro lado de la llanura, Bet observaba con admiración los tres instrumentos. Cada uno tenía su atractivo. Uno, por su simplicidad y ligereza. Otro, por su robustez. El último, por su majestuosidad y elegancia. «Sólo una os dará el mejor resultado», recordó. Se preguntó cuál debía ser la mejor de las tres para el trabajo que el maestro les había encomendado. Decidió probarlas todas. Tomó primero la más pequeña.
Tras unas cuantas paladas calculó que tal vez le llevaría demasiado tiempo llegar hasta el agua. Tenía al alcance las otras herramientas. Al poco tiempo, agarró la pala del grabado con forma de toro. Pesaba más que la anterior, pero pensó que precisaría un menor número de movimientos para avanzar con su agujero. Mientras se iba adaptando al nuevo instrumento, no podía quitar ojo al elefante de marfil que lucía la tercera pala. Era una herramienta preciosa. «Tal vez es ésta a la que el viejo se refiere», pensó. Con ésta podría retirar un volumen todavía mayor de tierra. No tardó mucho en hacerse con ella.
Y sí, era muy grande. También muy pesada y difícil de sostener en comparación con las otras. Tal vez si hubiera empezado con ésta desde un principio, ya se habría acostumbrado ella. Pero después de dos cambios, le suponía mucho esfuerzo. Al séptimo movimiento se le levantaron ampollas entre la base de los dedos y las palmas de las manos. Decidió volver a cambiar de herramienta y cogió de nuevo la pala más ligera. «Tiene que ser ésta», se dijo.
Mientras tanto, Alef seguía concentrado, casi hipnotizado, siguiendo la cadena de movimientos precisos para la extracción de la tierra. La pala era una extensión más de su cuerpo, totalmente integrada en el proceso. Se le veía enfocado, con un objetivo claro: «Tengo que llegar hasta el acuífero». Olvidó por completo la existencia de las otras dos palas.
Bet continuaba indeciso. Con la pala pequeña se cansaba menos, pero, a su vez, sentía que avanzaba de forma demasiado lenta. Quería llegar al agua, como Alef. Pero también quería encontrar la mejor herramienta para hacerlo. Así que dejó la pala pequeña a un lado y usó de nuevo la de la figura de marfil con forma de elefante. Quizá fue el uso alternado de planchas de distintos grosores lo que provocara el desprendimiento que cubrió de tierra parte del agujero que había cavado. Al finalizar el estruendo, pudo escuchar el grito procedente del otro lado del valle: «¡Agua! ¡Maestro, agua!».
El anciano volvió a congregar a los dos discípulos en el centro del valle. Felicitó a ambos por haber ejecutado correctamente la técnica aprendida y otorgó a Alef la mejor calificación. Entonces, Bet inquirió: «Maestro, así pues, ¿es la que ha utilizado Alef, la más ligera, la mejor entre las tres palas? ¿es esa la que debiera haber usado?». A lo que el maestro respondió: «Hijo, cualquiera de las tres herramientas te habrían dado un resultado óptimo».
«Pero señor, usted dijo que sólo una nos daría el mejor resultado», contestó Bet. El anciano sentenció: «Así lo dije y así ha sido: el mejor resultado se ha obtenido usando una sola pala».
Y tú, ¿sigues buscando la mejor herramienta?
Deja una respuesta